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LOS DOMINGOS DE LA SEMANA

  • Foto del escritor: Carlos
    Carlos
  • 5 abr 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 6 abr 2020

"Y en verdad os digo, que habrá rumores de que las cosas van mal. Y se producirá una gran confusión entre las gentes. Y nadie sabrá dónde está nada. Y nadie sabrá dónde están… esas cositas que llevan una base de rafia y una especie de correa. En esa hora, el amigo perderá el martillo de su amigo. Y los jóvenes no tendrán ni idea de… de dónde están las cosas que sus padres… que sus padres habían guardado allí la noche antes, a eso de las ocho. Está escrito en el Libro de Amadeo. ¿Alguien lo ha leído?"



No estaba allí. Era la cuarta vez que miraba aquella tarde, pero no estaba allí. Andaba exactamente unos 4 metros en cada camino de ida y vuelta, cuatro metros que parecían cuarenta, y los hacía a cámara lenta, como si alguien los estuviera siguiendo en la televisión y necesitara de todos mis detalles, de todo mi esfuerzo, potencia y técnica, pero no para aprender (que es bastante fácil), si no para contemplar aquella actividad, como se hacía con los grandes sprinters de los cien metros, y que por cierto, ¿sabías que permanecen más tiempo en el aire que en el suelo durante esa carrera? Fíjate lo que son las cosas, pensaba que, en alguien que salta, podía entenderse, pero resulta que para huir lo más rápido posible no hacía falta un suelo, o casi, que la carrerilla si la cogían desde ahí.

Volví al sofá, y me senté en la "L" del cheslong, que la verdad que estos últimos días me estaba dando bastante juego. En ella, mi cuerpo se retorcía de mil y una formas, pasando de lo que parecía ser un asentamiento apache en plena negociación de tierras que querían ser desvalijadas por el hombre blanco, hasta el clásico acostamiento a medio camino entre una siesta de cuatro horas y una noche de desvelo viendo la teletienda y comiendo gusanitos naranjas.

Tras otro chasquido de las lumbares, me volví a levantar, y cuando casi iba a repetir el mismo ritual que hace exactamente 22 minutos, me di cuenta que ya había estado en el frigorífico, que no había nada. Y es que eso era lo peor, que no había nada, pero no en aquel electrodoméstico, sino en la habitación, en aquel día, en mi cabeza.

Otra vez domingo, pareció resonar entre mis nalgas cuando cayeron al cojín ya amoldado a mi silueta. Otra vez domingo, y no eran pocos, no hablo de mi vida de "millenial" inexperto, sino de esta cuarentena. Tu cuerpo sin rutina se hace pequeño, tu día de supuesto descanso se convierte, a veces, en una carrera estresante contra la creatividad y el reloj para lograr tapar ese sentimiento de quehacer que semanalmente se tapa solo, y sin que te des cuenta, que es lo mejor, o lo peor, ¿no?

Supongo que esto será recordado dentro de muchos años, dándole la épica necesaria para que otras generaciones valoren, entiendan y reciban a través de nuestras historias lo que fue un confinamiento y una crisis de salud pública. Alguna película, libro, documental e incluso videojuego hará que la turra que des a tus gentes del futuro tenga fundamento, o si no le podrás enseñar los milientos selfies que te hiciste en tres semanas y los tropecientos veintimuchos memes que recibiste.

Supongo que el tiempo dará perspectiva a si aprendimos algo de esto, a si este toque de atención era por algo, a si fuimos capaces de reaccionar, pero no de una forma visceral e instantánea, que es la fácil, sino de forma prolongada y posterior a la mierda que te comiste, y que desde mi punto de vista es la buena (la reacción, que no la mierda). Pero bueno, eso ya cada uno en su cerebelo le dará un par de vueltas.

Ahora, habiendo superado el pasotismo, la incredulidad, el enfado y la crítica, te puede llegar otra fase, la de filósofo, o puedes seguir enfrascado en el círculo de la rutina, pero esta vez una rutina coloreada por horas frente a la pantalla, repostería, tonificación muscular al ritmo de entrenadores anglosajones y un saneamiento profundo de tu estancia habitacional (cuchitril de 50 metros) y que no viene debida a la falta de higiene, sino a otra falta: la de cosas que hacer.

El gran problema de esta nueva fase que comento, es que parece estar creada para salir a la luz sólo durante la cuarentena, y es dónde veo yo el fallo de matrix, dónde podría hacer hincapié y dónde deberíamos pasar algún ratico que otro de vez en cuanto: en ti, en tus movidas, en el porqué de las dos cosas juntas y la relación de todos estos colegas con lo que hay “around you”.

Antes de estos círculos rutinarios, quizás había otros más gordos y ahí estábamos tranquilamente, panchos, cómo si no hubiera más peligros. Antes de esta crisis quizás había otra, y ahí estábamos tan panchos. Antes de tener este tiempo libre que incluso te llega a ahogar, también lo teníamos, pero no sé si fuimos conscientes de que era nuestro. Antes de estos domingos hubo otros, seguro, pero no tan claros como estos para darle una vuelta a qué cojones y con quién lo estamos haciendo. Antes de esto, tuviste lo mismo que ahora, y eso sinceramente puede asustarnos, o cogernos de las solapas para ponernos un poco firmes.

P.D.: esta reflexión es totalmente interna y ajena a una situación de crisis sanitaria, social y económica que podremos solventar dejando atrás egocentrismos. Para hablar sobre política, gestión de la sociedad y cosas positiva/negativas que desde mi punto de vista sacamos y no, habrá tiempo, o no, depende de los siguientes domingos de la semana.

P.D.2: Agradecimiento a las causas y sentimientos sociales que cimentan lo que hoy y a los que hoy luchan por pasar esto.

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MondoRedondo

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